JOSE ANGEL MARTIN GARCIA
Fragmento:
FORMULA 1 VEINTE AÑOS DESPUÉS
Hace más de veinticinco años, mis padres me llevaron a ver mi primera carrera de Fórmula 1, en el Circuito del Jarama. Durante varios años el ritual se repetía y era, junto con las vacaciones de verano, el momento más esperado del año. James Hunt en el bello McLaren M23, Lauda y su Ferrari 312 T2, Peterson y Andretti a bordo de los inolvidables Lotus 78 y 79, y el Tyrrell P-34, con sus seis ruedas. Posteriormente Alan Jones y el eficaz Williams FW 07, Laffite y su Ligier, Piquet con el Brahbam BT 49 y, en especial, un piloto que nos dejó a todos maravillados por su control del vehículo y su agresividad: Gilles Villeneuve.
Tuve la gran suerte de estar presente, como espectador, en la última de las carreras puntuables de Fórmula 1 que se celebró en el Circuito del Jarama, en el año 1.981. Ya en los entrenamientos cronometrados se pudo observar una maniobra que demostraba el extraordinario valor de Gilles Villeneuve. En plena recta de meta, Villeneuve inicia el adelantamiento de un vehículo más lento, justo en el momento en el que ya se había apartado del rebufo del coche que le precedía. Un tercer monoplaza salía desde boxes y, sin apercibirse de la maniobra que iniciaba Gilles, se incorpora a pista por el lado derecho de la misma. Cualquier otro piloto habría abortado el adelantamiento y esperado mejor ocasión, pero no Gilles Villeneuve; manteniendo el acelerador a fondo pasó entre ambos vehículos, por donde todos pensábamos que no había espacio a 270 kilómetros por hora.
Villeneuve parte en séptima posición de parrilla y, en la frenada de final de recta, adelantó a nada menos que cuatro vehículos. Posteriormente adelantó a Carlos Reutemann y un fallo en los frenos del Williams de Jones, que provocó su salida de pista en la curva de Monza, colocó a Gilles en la primera posición. Con un Ferrari dotado de motor turbo y con un chasis con evidentes carencias en materia de estabilidad, Villeneuve fue capaz de aguantar las últimas vueltas a los cuatro pilotos que llevaba pegados a su alerón trasero: Laffite, Watson, Reutemann y Elio de Angelis. En la recta, Gilles, gracias a la potencia del motor turbo, podía despegarse levemente de sus rivales, apurando la frenada para evitar el adelantamiento. Durante el resto de la vuelta, Villeneuve debía apurar frenadas y tapar huecos, así vuelta tras vuelta hasta recibir la bandera de cuadros. Su muerte, en el Circuito de Zolder, en 1.982 dejó apenados a todos aquellos que admirábamos su valor.
En esta obra, el autor nos relata las experiencias de uno de los estamentos esenciales en la organización y desarrollo de las pruebas de automovilismo: el de los comisarios, también llamados oficiales. El lector podrá vivir las experiencias más intensas de la mano de quien ha ostentado la condición de oficial durante más de diez años.
Las experiencias y las anécdotas viviendas durante estos diez años se entrelazan con infinidad de recuerdos de los buenos y malos momentos vividos al borde la pista. Momentos que transcurren desde el momento mismo en que un futuro oficial decide iniciar el curso de acceso hasta la intervención en pruebas de carácter internacional. Una obra que muestra el automovilismo y el motociclismo de competición desde una perspectiva distinta y en gran parte desconocida.